“SOFIA”
El sol se
alejaba por el horizonte en una tarde fría y con muchas nubes, pero aun así
ella debía salir de su casa hacia la morada de su única abuela, Gladys, una
jubilada viuda de 80 años, pues su ex marido cayó en combate durante la segunda
guerra mundial. En ese contexto marcado por la tragedia, su madre Zulema,
siempre se caracterizó por su sobreprotección hacia sus hijos, y en especial,
de su hija menor, Sofía. Las restricciones a la hora de salir han sido desde el
primer día, una rígida costumbre familiar, principalmente por su padre Daniel,
hijo del comisario del pueblo y actual jefe de policía del pueblo contiguo.
Las agujas
del reloj de pulsera de Sofía marcaban las 7 pm, la hora indicada para abrir el
picaporte y salir hacia la estación de tren, pero en el último instante su
padre Daniel le dice que la acompaña a tomar el tren de las 7.08 con destino a
Clarkson Station, en el barrio bohemio
de Mississauga. Abrigados ambos hasta la coronilla debido al viento frio
persistente del Polo Norte, caminaron de la mano durante cinco cuadras en
silencio, dado que tanto padre como hija, carecían de la cualidad de la
charlatanería.
Como reloj
suizo de primera calidad, el tren arribo y Sofía se despidió del padre con un
beso pensando que en unos pocos días volvería a su casa, pero el futuro es
incierto para todos y la vida te depara
momentos nuevos a cada segundo. El tren arranco sigilosamente su marcha y en un
santiamén, ella caminaba con destino a la casa
de Gladys, su única abuela, ya que sus otros abuelos habían fallecido
por guerras o enfermedades mortales.
Un gran
abrazo fue el primer acto reflejo de Gladys al ver a su nieta menor acercarse,
y rápidamente entraron en la casa pues el
viento frio arreciaba en esos momentos. Acto seguido, ambas se sentaron
en el gran sillón frente a la estufa de leña, la cual contenía una gran fuerza,
irradiando mucho calor a lo largo y ancho de la gran casa.
Una vez que
Sofía se aclimato y su débil cuerpo tomo
calor, la abuela la invito al comedor pues la cena se presentaba suculenta, con
tal solo apreciarla de lejos. Una sopa verde con una gran variedad de verduras
y porotos, papas y zanahorias, que le proporcionaba un sabor excelente para
contrarrestar la lúgubre y ventosa noche, observada a través del principal ventanal que conducía al patio
trasero.
La noche
continuo con una extendida sobremesa y luego un rico café, traído de Colombia
por parte de su tío como previa antes de
irse a dormir hasta el próximo alba. Al día siguiente, Gladys la esperaba con
ansias en el living frente al gran ventanal para compartir el desayuno, pero
Sofía no se despertaba. Por lo tanto, la abuela se preocupó por el sencillo
motivo de que su nieta solía despertarse temprano al igual que sus padres.
Impaciente
como de costumbre, la abuela decidió entrar a la habitación de su nieta, y se
sorprendió al ver que la ventana permanecía abierta a pesar de los diez grados
bajo cero imperantes de esa mañana, por ende le pregunta a su nieta porque la
ventana había sido abierta, pero antes de que Sofía pronunciara palabra alguna,
a la abuela se le ocurrió tocar su frente y saltar de preocupación por la
temperatura que Sofía sufría en su cuerpo.
En un abrir
y cerrar de ojos, levanto a su nieta de la cama y la condujo al baño para luego abrir el grifo del agua fría de la
ducha, pues su nieta tiritaba de fiebre y tosía como nunca la había escuchado
antes. Ante tal espectáculo estrepitoso y sorprendente, Gladys llamo de
urgencia a los padres de Sofía para contarles lo que estaba sucediendo,
mientras Sofía permanecía en la ducha, desde donde podía escuchar su continuo
toser
Transcurrieron
veinte minutos desde la llamada de Gladys a los padres de Sofía hasta su
llegada. Al poner un pie en la casa, la atmosfera hogareña olía a
intranquilidad, cuando unas horas previas el ambiente se perfumaba con amor y
charlas familiares. Acto seguido ,
Zulema, irrumpió en la habitación ya que
Sofía gritaba por su profundo dolor de garganta, más la tos seca que
profundizaba su malestar, y de postre, su fiebre no bajaba de los 39 grados.
Un instante
después Daniel, su padre, ingreso pidiendo permiso en la habitación, y la
contemplo a su hija menor, llorando en la cama,
debido a su estado febril acompañado de su dolor de garganta. Ante este
escenario negruzco como la noche, le pregunta a su hija todo lo que pudo haber
hecho la noche anterior y ella ante tal pregunta le responde:
"Papi,
no hice nada. Solo cene con la abuela una sopa y luego tomamos un café.
Charlamos unas buenas horas de muchas cosas. Solo me acuerdo que la abuela tosió
unas veces por el frio que últimamente estuvo haciendo y nada más. Nada raro,
Papi."
Daniel
nunca desconfió de los dichos de su hija, y le conto de manera textual a su mujer lo que Sofía le había
dicho en la cama. Consternación y preocupación navegaban de la mano en el
corazón de la abuela, pues ella ni nadie entendían que le estaba ocurriendo a
su nieta. Posteriormente, una ambulancia aparco en la calle y el pediatra de la familia se acerca
corriendo, toca el timbre e ingresa por
la puerta trasera, es ahí cuando los
padres lo abrazan con lágrimas en los ojos, previendo el peor desenlace.
"Tranquilidad
ante todo", argumenta el pediatra al observar los ojos llorosos de los
padres, y les pide que le marquen el camino hacia la habitación de la paciente.
A continuación, como un rayo a toda velocidad, suben las escaleras primero los
padres y detrás el pediatra, despacio pero seguro, sosteniendo en su mano
derecha el botiquín y habiendo arrojado un segundo antes el sobretodo al sillón
más cercano.
El panorama
se avizoraba desfavorable al segundo de haber abierto la puerta, debido a que
Sofía se le dificultaba respirar y su
fiebre no había bajado, al contrario. El rostro del pediatra palideció al
verla, sucumbida entre las sabanas y no
se animó a pronunciar en voz alta algo que luego dijo para sus adentros:
"Es un cuerpo sin alma".
En un abrir
y cerrar de ojos, Sofía bajaba las escaleras en brazos del padre hacia la
ambulancia, y detrás de ellos la madre y su abuela, ambas envueltas en la
consternación constante y preocupadas por el devenir de su nena. Poco después,
los enfermeros cerraron la puerta y el pediatra subió al asiento de copiloto
para despedirse de las mujeres de la casa,
ya que el papa viajaba con Sofía al costado de la camilla.
Sofía yacía
envuelta en sabanas celestes y entubada a causa de su imposibilidad de respirar
por si misma. Sus ojos estaban cerrados, evitando gastar la menor energía
posible, pensando muy profundamente porque su vida corría peligro tan
repentinamente. Se preguntaba cada detalle de su última noche sana compartida
con su abuela y en que había fallado para estar en esas condiciones unas horas
después.
Durante
todo el viaje, su padre permaneció a su lado, con sus manos enguantadas,
apoyadas en la frente de su hija, y además se le proporciono un barbijo y
gafas. Una vez que la ambulancia subió a
la autopista número 6 con destino a Toronto, en menos de diez minutos doblaban
en la esquina del hospital especializado en chicos.
Tan pronto
como la ambulancia estaciono en el subsuelo del hospital, subieron por el
ascensor justo ubicado en frente, y bajaron a Sofía rumbo al quirófano. La
incertidumbre navegaba e inundaba las mentes de toda la familia pues no se
conocía a ciencia cierta la enfermedad de Sofía. Entre pasillos se rumoreaba
que podía ser una fuerte neumonía pero Daniel presentía algo peor pero prefirió
mantener bajo llaves su presentimiento.
Mientras
Sofía subía en camilla junto con los enfermeros y su padre, su madre y la
abuela subían por el ascensor principal hacia el cuarto piso y ultimo, donde se
ubica el quirófano. Todos se encontraron al mismo tiempo en la puerta del
mismo. La intriga carcomía el cerebro y los corazones de todos explotaban.
Todos querían saber la enfermedad que Sofía sufría, pero al mismo tiempo tenían
miedo de que fuese algo grave y mortal.
Esa contradicción les revolvía el estómago y los condujo a navegar en mares de lágrimas una vez que Sofía se alejó
hacia el quirófano.
Los
próximos veinticinco minutos fueron eternos para la familia de Sofía,
todos pegados a la puerta esperando que
algún pediatra o enfermera abriera y diera buenas noticias. Se miraban entre
ellos a través de las lágrimas, donde el
silencio del pasillo aturdía sus oídos e
inundaba sus corazones de intriga. Mientras sus ansias crecían a pasos
agigantados, a unos metros se podía divisar la televisión desde una esquina,
donde contaban la cantidad de infectados por coronavirus en Toronto. El virus
los tomo desprevenidos. Subestimacion.
Los padres
de Sofía se lamentaban de la cantidad de casos importados traídos de Europa y
no entendían como los infectados evitaban cumplir la cuarentena alejados de sus
familiares. Al contrario, llegaban de sus viajes de placer por el Viejo
Continente y se reunían con sus familiares cuando desde el gobierno se
aconsejaba aislarse por dos semanas como mínimo.
Se
hizo la luz de repente cuando un
pediatra, uno distinto al que acudió a
su casa personalmente, abrió la puerta y los familiares de Sofía se acercaron
al pediatra.
Antes de
que los padres preguntaran por el diagnostico de su hija, el pediatra les pidió
un minuto de silencio y lentamente les conto el estado médico de Sofía:
“Su hija es
el paciente infectado numero 2036 de
Coronavirus Covid-19. Lo lamento. Quedará en cuarentena las próximas dos
semanas internada en terapia intensiva. Trataremos de hacer todo lo posible
para salvarla. Los horarios de visita son restringidos: Lunes y viernes
veinticinco minutos cada día, a partir de las 1 pm."
Desconcierto
total en las miradas de los padres y de Gladys ante tal abrumadora noticia. No
entendían. Quedaron estupefactos. Petrificados. Atados de pies y manos, como
momias. Inactivos. Lo único que hicieron como acto reflejo fue abrazarse entre
los tres y caminar por el largo pasillo hacia la salida, de la mano, con la
cabeza agachas, preguntándose tantas cosas...
Una vez en
el auto, puro silencio durante todo el
viaje de vuelta, hasta que Zulema decidió prender la radio que decía lo
siguiente:" España es el país con mayor número de infectados hasta el día
de hoy. Todas aquellas personas que hayan regresado de ese país, como de
Italia, deben cumplir cuarentena en sus casas, sin el permiso de recibir
visitas".
Una vez que
los padres escucharon ese comentario, los padres cayeron de repente en la
cuenta que Gladys había vuelto de Madrid una semana antes.
¡Buenas tardes!
El Cuento de HOY 20-03-20 !!!
¡¡¡¡Cuentos de Brujas!!!
El cuento de Ayer 19-03-20
Esta historia nos habla del miedo ¿Quién no habitó alguna vez ese lugar? En este relato el personaje tiene miedo a casi todo, menos a una cosa que está por descubrir.
La narradora es Nadia Oviedo, del Colectivo “Literatura en los márgenes” del ISFDC de Bariloche.
Esto es una colaboración de una Socia del CIIE ¡¡¡Muchas Gracias !!! Fabiana Ferrero!!!!
Si te perdiste el de ayer, lo pusimos en la página de Cuentos Diarios!!!!